De Bielorrusia al precariado

Hace unos días, el presidente bielorruso Alexander Lukashenko ordenó a un avión de Ryanair que volaba de Atenas a Vilna que se desviara y aterrizara en su territorio para detener a un periodista disidente. Roman Protasevich, de 26 años, estaba en una lista de personajes buscados después de las protestas masivas de 2020 en la ex república soviética. 

Ahora se enfrenta a 15 años de cárcel. El incidente ha generado tensiones entre Minsk y la Unión Europea: (Bruselas se plantea sanciones) y tendrá implicaciones en varios ámbitos como la diplomacia, la seguridad del espacio aéreo, y la libertad de prensa. Pocos días más tarde, Lukashenko, conocido como el último dictador de Europa, prohibió la cobertura de manifestaciones en tiempo real. Una forma de eliminar cualquier actividad informativa en redes, que viene siendo la mayor parte de la información en el siglo XXI.

Bielorrusia fue el país más peligroso para los reporteros el año pasado, según la clasificación de Reporteros Sin Fronteras. Allí, la violencia y la represión policial son cotidianos y el acceso a la información no está garantizado. Pero no lo veamos como un entorno lejano: sin llegar a ese extremo, Edith Rodríguez, vicepresidenta de RSF, recuerda que existen obstáculos más sutiles a la libertad de expresión en territorio europeo. 

En concreto, la cooptación de medios por parte de los poderes políticos y las empresas, y la precarización. Un periodista, a menudo falso autónomo, que colabora en todos los medios que puede no tiene tiempo material de analizar ni verificar tanto como quisiera. Tampoco tendrá la misma capacidad de crítica, ya que una denuncia puede llevarle a la ruina. En muchos casos, se genera un círculo vicioso de autocensura: “no hablo de esto por si me causa problemas, ya que necesito seguir publicando y cobrando a la pieza”.

Desinformación y odio

El gran reto periodístico de los próximos cinco años es detectar, erradicar y gestionar mejor la desinformación. Las organizaciones de reporteros insisten en que la mejor vacuna contra la epidemia de ruido y falsas noticias es una prensa libre. La cuestión es: ¿se puede ser libre, es decir, imparcial, teniendo ataduras económicas? Prácticamente todos los medios europeos están luchando por mantener audiencias y lectores. 

Desde Francia a Alemania pasando por España, Grecia o Reino Unido, los proyectos grandes no logran enjugar sus deudas. Tratan de inventar fórmulas para monetizar, como las suscripciones, pero no a todos les funciona. Los medios pequeños a menudo viven de colaboradores mal pagados o, en el peor de los casos, gratuitos. Hay casos de éxito y experimentos muy interesantes, pero son puntuales. El resto sigue devanándose los sesos para sobrevivir.

A esto se suma un problema social: el sentimiento creciente de deslegitimación y odio al periodista. “Se está dando muchísimo y estamos viendo que, como en toda espiral de violencia, se pasa del acoso al ciberacoso, luego a la violencia verbal y después al acto”, nos cuenta Edith Rodríguez.

¿Al desacreditar a los medios estamos coartando nuestro propio derecho a la información?

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