«Cambiar las cosas es más de prosa que de verso»

Acaba de publicar ‘Otra política es posible’ (Debate, 2021), un ensayo en el que sostiene que la política puede y debe ejercerse sin crispación. Ignacio Urquizu es doctor en Sociología y en apenas seis años le ha dado tiempo a ser diputado en el Congreso, diputado autonómico y alcalde de Alcañiz (Teruel). Charlamos con él sobre el derecho a ser escuchado, por qué está en contra del relato imperante sobre la España vaciada y los puntos ciegos de su profesión.

-Desde hace un tiempo ha vuelto al debate el concepto de meritocracia. ¿Han de tener mérito nuestros políticos?

Hay varias cosas antes de llegar a una conclusión. La primera es que España es un país difícil para el mérito. Somos el país de la Unión Europea donde es más importante una buena red social para encontrar trabajo que las oficinas del INAEM. En la empresa privada y en lo público. La segunda cosa es que hay un gran desconocimiento sobre la política. Me decía muchas veces Marcelino Iglesias: “Ignacio, en política no están los mejores, están los elegidos”. La idea en democracia es que la gente tiene que elegir, y cuando eliges siempre puedes hacerlo en base a dos criterios: buscar a alguien que sea mejor que tú o a alguien que sea como tú. Hay gente que prefiere que le gobierne alguien que tenga más capacidades y otros que prefieren que sea como ellos porque así se pondrá en su lugar. Tengo la idea de que en España se prefiere a alguien que sea como los ciudadanos en estilo de vida, por ejemplo. Por encuestas que hemos hecho vemos que la gente se identifica mucho más con políticos que llevan a sus hijos al colegio o que van en bicicleta. Pero también es verdad que los partidos podrían hacer un poco más para que sea gente que se parezca, pero que en el fondo sean los más idóneos. Por diferentes razones a veces están eligiendo a personas casi por ser incapaces, porque como la moneda de cambio es la confianza, la lealtad, no siempre en el buen sentido de la palabra, acabas teniendo a gente con poco criterio político, poca visión de futuro… 

-Algunos confunden estar cerca de la gente en su estilo de vida y sus necesidades con prometerles lo que quieren oír. 

Cuando vi la campaña de Ayuso en Madrid mucha gente dijo que había ganado por los bares. Y se sorprendía. Pero cualquiera que esté en política sabe que o hablan bien de ti en el bar o no existes. Las elecciones en este país se ganan en los bares siempre. Yo tengo como tarea ir de vez en cuando a almorzar a eso de las 10 de la mañana, que es cuando van los trabajadores a tomar un café, y voy porque se acercan a la mesa a saludar y a decirte lo que les pasa. Sí que hay que tener un estilo de vida próximo a la gente, pero en ese diálogo tú escuchas y no significa que les des la razón. 

-En el libro hablas del derecho del político a ser escuchado. ¿Lo ejerces?

He vivido las dos situaciones: en la que me escuchaban y en la que no. Creo que tiene que ver con conectar con los estados de ánimo. ¿Cuándo no tenía derecho a ser escuchado? Cuando estábamos en las primarias socialistas, por más que intentaba poner argumentos sobre la mesa, la posición que yo defendía sobre la abstención, por más que lo explicara, estábamos tan distanciados que no querían escucharlos. Por razones ideológicas o porque sentían que no era el momento… En cambio, cuando me presenté a las municipales conecté con el estado de ánimo de la gente que quería un cambio y que lo hiciera una persona moderada, porque allí llevaba gobernando el Partido Popular desde los Reyes Católicos… Ahí seguramente empecé a tener derecho a ser escuchado porque me vieron un poco distinto a los de mi tribu y eso hicieron que empatizaran un poco. Además, vieron que quería cambiar las cosas, como la población. 

-Te refieres a menudo al espíritu de la Transición, que llevó a posturas ideológicas muy distintas a sentarse a hablar porque entendieron que había desafíos sociales que superar juntos. La pandemia no parece que haya traído lo mismo.

Debería, pero no. Por lo menos a nivel nacional, porque a nivel municipal y autonómico son mundos distintos y en las encuestas se refleja: la gente valora muy bien a los alcaldes y presidentes autonómicos y la política nacional sin embargo está teniendo una mala valoración. Cada vez que en el Congreso intentamos llegar a un acuerdo sobre temas importantes no somos capaces, se cuestiona todo, incluso cómo hay que llegar a acuerdos. Con el Consejo General del Poder Judicial ya no es que no se pongan de acuerdo en los nombres, sino en cómo hay que elegir a sus miembros. Da bastante pena porque en el fondo la crisis política en la que lleva inmerso este país desde 2011, cuando fue el 15M, no acaba de despejarse.

-Has escrito varios libros sobre este tema…

Sí, y llama la atención la incapacidad de conectar con ese estado de ánimo. Los partidos lo hicieron por un momento, pero es verdad que luego en política son muy importantes las expectativas. Se habían depositado tantas esperanzas en ellos que era muy fácil que decepcionaran, y seguramente ellos tampoco supieron modular el discurso. Eso de “vamos a asaltar el cielo”… El cielo nunca se asalta por más que te empeñes. Cambiar las cosas es más de prosa que de verso. Aunque a veces pueda sonar más aburrido, el resultado final a lo largo de los años es más sexy. Seguramente en los años ochenta Solchaga, Almunia, eran tipos aburridos y ahora con perspectiva dices: Oye, cómo cambiaron nuestro país. Pero los nuevos partidos no lo entendieron. Pensaron que era algo emocionante y que esto iba a ser como Instagram. Pero la emoción es cuando tienes el relato construido durante mucho tiempo; el día a día puede ser bastante aburrido, la verdad.

-Ya que mencionas el tema de las redes, parece que a los políticos -como a casi todo el mundo- os han cambiado mucho la forma de trabajar y de comunicaros con los votantes. Os ha imprimido un ritmo que a veces no parece natural y que no permite reposar los mensajes.

Yo creo que eso es porque algunos no saben utilizar las redes. Al final son un instrumento, no un objetivo en sí mismo. Tienes que hacer lo que se ha hecho siempre, pero con otros medios. Ahora se hace todo más rápido, hay más control sobre nosotros, puedes transmitir imágenes con más facilidad y llegar a más gente… pero al final todo se basa en la confianza y en la capacidad de llenar de contenido la confianza que depositan en ti. Creo que no se acaba de entender dónde está la emoción y dónde está el contenido.

-¿Hay más crispación porque las redes la amplifican?

Hay una cierta estrategia para que hablemos todo el rato de eso. Mientras hablas de crispación política no hablas de otras cosas. Cuando no eres capaz de emocionar con un proyecto político, no eres capaz de emocionar a tu ideología, recurres a estas cosas que movilizan a los tuyos especialmente y que dejan de lado a los menos ideologizados, a los más moderados… y dejan aparcados muchos temas que sería muy interesante debatir, como el sistema de las pensiones, la reforma educativa… Mil temas que, bien tratados, podrían ser emocionantes.

-Escribes: «Mi paso por la política me ha enseñado que la ciencia no alcanza a conocer toda la verdad objetiva de los hechos». ¿Dónde están los puntos ciegos?

Uno muy importante es que la democracia consiste en asignar responsabilidades. En que los ciudadanos, cuando eligen a un político, le hacen responsable de lo que ha pasado. Y lo que acabas descubriendo es que los políticos son responsables de pocas cosas, o de menos de las que creemos. Porque al final hay una Administración que con el paso del tiempo se ha profesionalizado tanto que los técnicos tienen más responsabilidad sobre cómo funcionan las cosas que los políticos. Si te encuentras un técnico que no quiere hacer las cosas, estás muerto. ¿Por qué sospechamos de los políticos y de los técnicos pensamos que son gente maravillosa? Yo en mi vida he decidido sobre un contrato de la Administración y hemos invertido millones de euros en estos años que llevo. Cuando vas a hacer una obra menor los tres presupuestos te los trae un técnico. ¿Por qué pregunta a esos tres y no a otros? Pero el sospechoso es el político.

-¿Hemos mejorado en la rendición de cuentas?

Con la profesionalización de la Administración pública en España, no. Al revés. Creo que lo que hemos conseguido es que los políticos estén cada vez más atados de pies y manos y que en cambio les hagamos responsables de casi todo. Si hablas con cualquier alcalde te lo dirá: yo no mando en el Ayuntamiento, mandan el secretario y el interventor. Por más que yo me empeñe, si me dicen que no, no puedo hacer nada. Y hay muchos tipos de técnicos: están los que te dan soluciones y los que te dan problemas. Ellos están ahí antes que tú y te lo dicen: tú te irás y yo seguiré aquí.

-¿Quién coloca los relatos? ¿Ese es un punto ciego también?

Creo que al final son los estados de ánimo los que van haciendo los relatos. Cuando la gente quiere creer algo, aunque no sea cierto, la creencia acaba asentándose. Por ejemplo, una de las grandes reivindicaciones de la España vacía o vaciada es las infraestructuras. Se dice que hay que invertir más en trenes y carreteras. Pero vamos a los datos: Calatayud, 20.000 habitantes. Tiene AVE y autovía. En los últimos años ha perdido 2.000 habitantes. Alcañiz no tiene ni AVE ni autovía. 16.000 habitantes. En los últimos años ha perdido 200. Si queremos combatir la despoblación y ponemos AVE y autovías todos los estudios nos dicen que a mejores infraestructuras, menos población. Porque entonces es más fácil vivir en las grandes ciudades e ir a trabajar al pueblo y volverte a vivir allí. Para combatir la despoblación las infraestructuras no son la medida más idónea, hay que hacer otras. No significa que no haya que hacer nada. Pero eso se lo cuentas a la gente y cree que no quieres hacer carreteras, que vas a la contra. Decir la verdad es muy costoso.

-¿Estás en contra del relato de la España vacía?

Estoy en contra del relato que algunos intentan construir de la España vaciada y de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Porque como vivían mis abuelos era horrible. Estoy en contra de pensar que el futuro es malísimo porque se puede demostrar que si se hacen las cosas bien podemos tener mucho futuro. Estoy en contra de pensar que la despoblación en sí es un problema porque lo es igual que la alta densidad de población. Vivir apiñados en una favela en Brasil puede ser un problema enorme. El problema está en que no tengamos una educación o una sanidad como los demás. Estamos muy acostumbrados a que hable de despoblación gente que no vive en los pueblos.


     

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