Baño de tecno-realidad

Las criptomonedas, las subastas de arte exclusivamente digital, la nueva cultura de los memes… Internet no es solo un soporte, sino un fin. Ha cambiado nuestra forma de ver el mundo. ¿Qué hay de nuestra percepción de la Red? ¿Somos más sabios? ¿Conocemos mejor el universo tecnológico que antes de la pandemia?

Hace unos días, Jeff Bezos, abandonó su puesto como consejero delegado de Amazon para dedicarse a su gran ilusión: otra empresa que le ayudará a explorar el espacio. Bezos pasará a la historia como el genio que consiguió pasar de una pequeña distribuidora de libros a domicilio a un mastodonte omnipresente, no solo en retail, sino en muchos otros negocios como la nube. Deja el gigante del comercio electrónico en una posición de dominio absoluto del mercado, sobre todo a raíz de la covid-19, los confinamientos y el impulso definitivo de la compra online. Como compañía, Amazon tiene una trayectoria apasionante: su algoritmo de recomendación A9 es un caso de estudio, gracias a su logística potente lleva pedidos a lugares remotos en tiempo récord y ha creado miles de puestos de trabajo. Pero también es el grupo que ha exprimido al máximo a sus competidores (muchos han terminado cerrando), el que apenas paga impuestos e impide a sus empleados sindicarse.

Todo eso lo sabemos hoy. Lo más interesante a la hora de analizar a los gigantes de Silicon Valley es justamente eso: nos hemos quitado la venda y la utopía tecnológica californiana ya nos resulta irreal. Somos conscientes de que las plataformas tecnológicas son infraestructuras clave que han generado muchísimo valor. Las llamadas GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) han cambiado nuestra forma de comprar, trabajar y relacionarnos en Occidente. En Asia han sido las llamadas BATX (Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi) las que han revolucionado todo el tejido productivo. A todas les debemos millones de empleos, innovación, procesos… Y al mismo tiempo, no podemos sustraernos de los efectos negativos que ha provocado su avance, desde el aumento de la desinformación a las distorsiones en el mercado inmobiliario.

La Red ya no se asocia a contracultura ni al anticapitalismo (salvo reductos muy contados): es puro mainstream. Como dice Anna Wiener, periodista y autora del ensayo autobiográfico Valle inquietante (Libros del Asteroide, 2021), en algún momento Silicon Valley se convirtió en un lugar antiintelectual que premia la velocidad y la capacidad de monetización por encima de la observación y la investigación. En los últimos cinco años se han publicado investigaciones como la de Sarah Frier (Sin filtro: la historia secreta de Instagram, Conecta, 2020) o Chaos Monkeys, de Antonio García Martínez (Harper Collins, 2016).

Estamos, pues, en el mejor momento: el del análisis informado. Ya sabemos que el “muévete rápido y rompe cosas” de Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, tuvo sentido hace 15 años, pero ya no. La edad de la inocencia del público ha terminado: ahora los legisladores hablan de romper el oligopolio de las plataformas y de derechos laborales de los empleados. Las instituciones como la Unión Europea les piden responsabilidades a la hora de diseminar ciertos contenidos. El público exige cierto respeto de su privacidad, o al menos saber qué ocurre con sus datos. A partir de aquí, solo podemos ir a mejor.


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