Io sono es el título de la obra que el italiano Salvatore Garau vendió la semana pasada por 15.000 euros. El artista, encantado con haber generado eco mediático, dice que quería iniciar una pequeña revolución. Pide que su “vacío”, como él mismo ha denominado, se exponga en un espacio de 150×150 centímetros, la superficie ideal de aire para conseguir su máximo potencial.
La provocación y el debate entre entusiastas y escépticos lleva décadas marcando nuevos caminos de expresión. Pensemos en el famoso bidet de Marcel Duchamp, que él tituló Fuente. O de su Mona Lisa con perilla que, nada menos que en 1921, llamó L.H.O.O.Q., homófono en francés de la frase Elle a chaud au cul, que vendría a ser Ella está cachonda. Para el dadaísmo, la falta de respeto al arte era una forma de arte.
Hoy la irreverencia cuenta, además, con herramientas digitales que amplían -y complican- el diagnóstico. Los memes y los tuits se están vendiendo por miles de dólares gracias al uso de la tecnología blockchain. Hace un mes se vendió por más de 400.000 euros el meme original de Disaster Girl, la foto de Zoe, una niña de cuatro años que sonreía pícaramente delante de una casa en llamas en Carolina del Norte. Aquella instantánea, de 2005, se hizo viral en internet: la gente combinaba la foto de Zoe con las de otras catástrofes.
Dieciséis años después, la familia decidió ponerla a la venta conservando al mismo tiempo los derechos de autor. ¿Cómo? Gracias a los llamados token NFT o no fungibles, dispositivos digitales que permiten asociar un objeto virtual (una foto, un video, una canción o un meme) a un certificado de autenticidad.
No es la primera vez que se vende un meme: en febrero, el creador del famoso Nyan Cat vendió un NFT por 500.000 euros. ¿Distorsiona o enriquece esto el mercado? Más bien lo conforma, queramos o no: el criptoarte y los NFT, que abarcan desde videojuegos hasta cromos, mueven más de 200 millones de euros, según un informe encargado por el sector. Las casas de apuestas se han subido al tren: esta semana lo hacía Sotheby’s, tras Christie’s y Phillips, entre otras. Axel Reynes, el experto en arte digital de la casa belga Millon lo ha calificado de revolucionario, igual que el artista italiano que vendió vacío.
“Al comprar un NFT, cualquier persona puede acceder a la obra, meterla en su ordenador y enseñarla, pero no será su propietario. Tener un póster de la Mona Lisa en nuestro salón no nos otorga la propiedad de la obra, que pertenece al Louvre. La idea es la misma”, explica.
La provocación siempre ha vendido. Será interesante ver si, de la mano de lo digital, el ingenio empezará a estar mejor remunerado. Como dice el crítico de arte estadounidense William Deresiewicz, autor de La muerte del artista: cómo los creadores luchan por sobrevivir en la era de los billonarios y la tecnología (Capitán Swing, 2021), “Silicon Valley y los medios de comunicación han estado publicando durante 20 años una gran mentira: que es muy fácil ser un artista ahora porque puedes poner tus cosas online.
Es cierto que puedes usar herramientas digitales, lo que no te dicen, es lo increíblemente difícil que será ganarte la vida y que la mayoría de quienes lo intentan no ganan nada o ganan tan poco que no vale la pena hablar de ello”.
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