Sobreinformados

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El exceso de estímulos informativos nos agota y nos hace creer que vivimos en un mundo peor de lo que en realidad es.

Hay un fenómeno que  se está haciendo un hueco como impulsor de la ansiedad. Se trata del FOMO, tal como se conoce por sus siglas en inglés (“fear of missing out”), lo que traducido es el miedo a estar ausente de un evento social, de un encuentro entre amigos, en definitiva la sensación de que debes estar en todo a la vez en todas partes. No lograrlo nos provoca un vacío existencial. El FOMO es a su vez producto de un fenómeno mayor, que este sí nos afecta a casi todos: la sobreinformación. No se trata solo de saturación de noticias, sino de información social a nuestro alrededor.

A todos nos ha ocurrido alguna vez. Acudimos a internet para buscar una información o un dato concreto y terminamos buceando en un montón de información (entendida en su sentido más amplio) que no buscábamos, pero que no podemos dejar de atender. De pronto nos sumergimos en una espiral de noticias, cotilleos, información sobre eventos culturales y de ocio, generando una coctelera de estímulos y necesidades que antes no teníamos, o peor aún, magnificando una cámara de eco ideológica y social que fractura la convivencia.

El consultor empresarial Alfons Cornella hizo célebre hace ya cerca de dos décadas el concepto infoxicación, acuñado originalmente en Estados Unidos. Con el cambio de siglo la intoxicación informativa, igual que si fuera un alimento en mal estado, era ya un peligro en ciernes, pero 20 años más tarde ha estallado en toda su magnitud. El asunto no es evitar la información, pues es evidente que los seres humanos informados actuamos mejor, pero si en lugar de informarnos nos dejamos arrastrar por un tsunami de estímulos, ya sean datos, noticias, audios, vídeos, e-mails o anuncios, terminamos confundidos y agotados. Más aún si gran parte de esos estímulos son falsos o como poco son inexactos y tendenciosos. 

El neurofisiólogo y especialista en medicina del sueño Eduardo Estivill advirtió años atrás sobre el perjuicio del exceso de estímulos informativos a nuestro descanso. “Al menos tres horas antes de ir a dormir hay que apagar el móvil, desconectar de las redes sociales, no consultar internet. Fácil de decir y difícil de hacer. Pero hay que hacerlo. No tenemos otra solución. El cerebro necesita desconectar para poder dormir”. Estivill subrayó que los medios de comunicación “son sólo una parte de esta sociedad en la que nos ha tocado vivir. Todo va deprisa, sin pausa, sin tiempo para nosotros, siempre expuestos a cumplir expectativas”.

En general, nos sobreinformamos a base de estímulos negativos. Noticias sobre violencia, inseguridad, declive social, agravios de todo tipo de personas que ni siquiera conocemos. Todo esto es lo que se ha venido a llamar doomscrolling, o búsqueda compulsiva de noticias negativas, lo que distorsiona nuestra percepción de la realidad. Nos sumergimos en espirales negativas que nos impactan y que la mayor de las veces ni siquiera nos afectan personalmente. Lo cuenta Bethany Techman, directora clínica en la Universidad de Virginia y experta en la materia: “Necesitamos estar informados, pero cuando pasamos de estar informados a sentirnos abrumados, a menudo paralizados y con la sensación de que estamos bajo una amenaza constante, está claro que hemos pasado a un lugar negativo».

Techman considera que es un problema “sistémico” cuya desescalada requiere de cambios que trascienden el ámbito personal. Por supuesto es positivo leer noticias para mantenerse informado y también nos aporta el comprobar lo que dice la gente en Internet, pero si se exagera puede resultar poco saludable. Una vez leído lo suficiente para saber lo que está pasando en el mundo o en nuestra comunidad, es hora de pensar en otras cosas que nos gusten y que nos ayuden a preservar nuestra salud mental.

Matthew Price, profesor de ciencias psicológicas en la Universidad de Vermont, afirma que el estrés es acumulativo. Una cosa empieza a estresarnos, y luego otra, y otra más. De repente, entramos en una espiral. «Apártate de las redes sociales Aléjate del teléfono. Da un paso atrás de los factores estresantes a menos que la cosa estresante vaya a hacerte daño de forma inminente», recomienda Price. «Y sé más local», pues cuando mucha gente experimenta a la vez el estrés de las noticias del mundo, es más probable que «se peleen entre ellos». 

Pongamos un ejemplo actual. Una persona con una vida relativamente estable accede a internet, lee noticias y abre sus redes sociales. Se topa con los horrores de la guerra entre Israel y Hamás, con todo lujo de detalles audiovisuales; luego se encuentra con los horrores de la guerra entre Ucrania y Rusia, pasa a enterarse de las últimas y devastadoras noticias sobre el clima y termina con las múltiples amenazas a la democracia en todo el mundo. Esta es una rutina que practican cientos de millones de personas en todo el mundo.

Ninguno de los grandes asuntos que afectan al planeta es mentira, ni ninguno es menor, pero darse un atracón diario nos agota y nos hace pensar que el mundo se desmorona. Eso, entre otros factores, nos lleva al pesimismo, la rabia y la polarización cuando sesgamos el origen de la información y las opiniones que consumimos. Si esto lo hacen millones de personas al mismo tiempo, ¿cómo no puede perjudicar el buen funcionamiento social? 

En esencia, reducir nuestra dosis diaria de estímulos informativos redunda en la necesidad de avanzar en la desconexión digital, que nos seduce con sus cantos de sirena. Sin duda, se trata de un excelente propósito para el año nuevo.

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