Manuscribir

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Pruebe a escribir dos párrafos a mano en una hoja en blanco. Seguramente se sentirá extraño al ir enlazando frases, acostumbrado a solo escribir palabras sueltas o notas breves. Tal vez se espante al comprobar que su destreza ha empeorado, o que se le cansa la mano. Son las consecuencias de una pandemia global: hemos dejado de escribir a mano y eso nos perjudica mucho más de lo que imaginamos. Particularmente a los niños y los jóvenes.

Dice Enrique Rubio, director general de Rubio, la firma que edita los históricos cuadernillos escolares, en entrevista en el diario ABC: “Hace bastantes años que se desatendió la escritura a mano, y esto ha tenido consecuencias muy importantes tanto a nivel neurológico como educativo. Lo vemos en las redes: cada vez nos expresamos peor, con más faltas de ortografía, entre otras cosas. Aunque yo creo que estamos en una pequeña reacción de reivindicación de la caligrafía. Ya hay muchos colegios que están prohibiendo el uso de las pantallas, porque están viendo que lo manual tiene más beneficios que lo digital”. No hay mejor ejemplo que Rubio acerca del abandono de la escritura. En los años 80, la firma vendía unos diez millones de cuadernos de caligrafía al año. Hoy solamente un millón.

En el año 2016, la empresa de investigación de mercado Ipsos concluyó en su estudio Vuelve a escribir que tres de cada cuatro españoles (el 75%) no escribía de forma analógica con regularidad, en base a una encuesta a cerca de mil personas. Ese mismo año, una encuesta realizada por Samsung a 1.001 españoles señalaba que manuscribimos únicamente para temas selectivos como redactar la lista de la compra (80% de los encuestados) o corregir textos (75%). Ocho años han pasado de esos datos apabullantes, ocho años en los que lo digital ha copado más si cabe todas las áreas de nuestra existencia. Esas mismas encuestas hoy prometerían devolver datos escalofriantes.

Finlandia asombró al mundo años atrás al anunciar que iba a suprimir la escritura manual de las aulas desde los primeros cursos de la enseñanza primaria, si bien luego las autoridades del país matizaron la iniciativa. Suecia, otro ejemplo clásico de buenas prácticas educativas, optó por el camino contrario tras darse de bruces con las consecuencias de la digitalización entre los estudiantes: volvió al bolígrafo, a los libros de texto, y redujo al mínimo la mecanografía digital.

“Escribir en papel favorece la transformación del conocimiento, porque de esta forma hay que procesar, sintetizar, reflexionar, analizar y categorizar. Hablamos de un proceso de abstracción donde se está continuamente tomando decisiones”, afirma Juan Antonio Núñez, profesor de Desarrollo de Habilidades Lingüísticas y Lectoescritura de la Universidad Autónoma de Madrid, en el diario El Mundo. Núñez aboga por convertir la caligrafía en una estrategia didáctica en todas las etapas formativas, incluida la universidad. El filósofo y pedagogo Gregorio Luri lo expone de un modo parecido: “Lo que hacen en los institutos y en la universidad tiene que ver más con el cortapega que con una verdadera reflexión personal. Y es curioso, porque hoy todo el mundo habla del pensamiento crítico, es uno de los grandes eslóganes de la nueva educación. (…) La escritura, y lo creo firmemente, no sólo es una forma de transmitir ideas, es sobre todo una forma de tenerlas, de producirlas. Por eso no hay pensamiento crítico sin escritura”.

La Universidad John Hopkins elaboró un estudio para dilucidar si la escritura a mano realmente es importante o su defensa es poco menos que una nostalgia estética. Y la conclusión fue meridiana: escribir a mano es fundamental para el desarrollo de nuestra capacidad cognitiva. Los investigadores enseñaron el alfabeto árabe a 42 personas divididas en tres grupos: escritores, mecanógrafos y espectadores de vídeos. El grupo de escritura acabó adquiriendo las destrezas necesarias para la lectura y la ortografía árabe con una rapidez y profundidad mucho mayor que el resto. Según los investigadores, esto se debe a que el simple acto de escribir a mano proporciona una experiencia perceptivo-motora que unifica lo que se aprende sobre las letras (sus formas, sus sonidos y sus planes motores), lo que a su vez crea un conocimiento más rico y un aprendizaje más completo y verdadero. «Con la escritura, se obtiene una representación más sólida en la mente que permite avanzar hacia otros tipos de tareas que no implican en modo alguno la escritura a mano», subrayaron.

Es cierto que hoy hay muchas más formas de comunicarse que la mera palabra escrita (a mano), y eso plantea interrogantes sobre cómo debemos enseñar a escribir a los niños. Desde que se inventó la escritura en Mesopotamia sobre el año 4000 a.C., la escritura ha sufrido muchas transformaciones tecnológicas. Desde las tablillas sumerias hasta el alfabeto fenicio del primer milenio a.C.; desde la invención del papel en China, unos mil años más tarde, hasta el primer códice, con sus hojas manuscritas unidas para formar un libro; desde la invención de la imprenta en el siglo XV hasta la aparición de los bolígrafos en los años 40 del siglo XX. Así que, a primera vista, la batalla entre teclados y bolígrafos podría parecer sólo la última vuelta de tuerca de una historia muy larga, otra nueva herramienta a la que acabaremos acostumbrándonos. Y es cierto que cuando leemos, pocos nos preguntamos si un texto ha sido escrito a mano o con un procesador de textos.

Pero la clave de este asunto es que los bolígrafos y los teclados ponen en juego procesos cognitivos muy diferentes. Y eso es algo novedoso en las evoluciones tecnológicas de la escritura. Los defensores de los documentos digitales insisten en que la mecanografía nos permite ir más rápido, y eso es una ventaja no por el mero hecho de la hiperactividad, sino porque al escribir más rápido tenemos más tiempo para pensar.

Escribir a mano siempre se ha considerado la expresión de parte de nuestra personalidad. La grafología se basa justamente en ello. La mano de cada persona es diferente: el gesto está cargado de emoción. Por eso por ejemplo nos conmueve más leer un poema manuscrito que ver la misma obra impresa en un libro. Más allá de la obvia utilidad de la mecanografía, pues por algo ha conquistado todos los rincones de nuestra vida diaria, sería importante que las generaciones del futuro no pierdan esa expresión tan íntima de su yo.

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