La precariedad y el problema demográfico

La precariedad y el problema demográfico

Nada de baby-boom a la vista: el indicador que más va a caer por la covid 19 no es la mortalidad, sino la natalidad. ¿Podremos atajar el problema?

Durante el primer confinamiento, hubo quien se apresuró a vaticinar una oleada de nacimientos en todo el mundo. Eso no solo no sucederá, apuntan los demógrafos, sino que tras este bache, cuando llegue la vacuna, la incertidumbre y la precariedad habrán aumentado para los jóvenes que desean tener hijos.

Los institutos de análisis demográfico de medio mundo llevan varios meses lanzando cifras pesimistas: más tiempo en casa no se traducirá en un aumento de la natalidad, al menos en los países desarrollados. La tendencia a la baja que llevamos viendo en las gráficas desde hace un siglo se agudiza. En algunos países, la tasa de fertilidad se ha desplomado hasta 1,3 hijos por mujer, recuerda un trabajo publicado en Science. Eso está provocando ya desequilibrios socioeconómicos y pasará factura a las arcas públicas, por no hablar del impacto personal en los ciudadanos que quieren y no pueden formar una familia.

El coronavirus ha potenciado carencias existentes en la sociedad. Para muchos jóvenes, esta crisis se superpone a la de 2008. Es una generación que no había logrado asentarse o independizarse de sus padres y que hoy sigue en plena huida hacia delante sin que sus perspectivas hayan mejorado. Noemí López Trujillo, en su ensayo El vientre vacío (Capitán Swing, 2020), habla de la maternidad pospuesta como consecuencia de la precariedad y de la “aversión a tomar una decisión que implique un riesgo económico”.

Un problema enquistado

En España la tasa de fecundidad es de 1,23 hijos por mujer desde 2011. Para que se produjera un relevo generacional debería ser de 2,1. En 1950, la media global estaba en 4,7 hijos.  La única forma de atajar este problema son políticas de ayuda familiar, como expusieron varias expertas en Agenda Pública antes de la pandemia. Es cierto que en los últimos meses desde el Gobierno se han dispuesto algunas medidas para combatir la vulnerabilidad, pero se han impuesto las urgencias económicas y laborales.

La inmigración, que contribuye con el 20% de los nacimientos en los últimos años, se encuentra estancada. Por el cierre temporal de fronteras no se esperan movimientos destacados en un futuro próximo. Al haber aumentado tanto el paro, muchos españoles están pasando a desempeñar trabajos que tradicionalmente hacían extranjeros, como hemos visto este año en el campo. Señala Rafael Puyol, Catedrático de Geografía Humana, que el panorama demográfico va a cambiar para mal. La población de 23 países, incluidos España y Japón, se habrán reducido a la mitad en el año 2100, señala un estudio de la Universidad de Washington que ha sido publicado en The Lancet.

En algunos países, la tasa de fertilidad se ha desplomado hasta 1,3 hijos por mujer

Ningún país de la Unión Europea alcanza ese índice de fecundidad de 2,1 hijos que garantizaría la estabilidad de la población, pero en España estamos en el segundo puesto por la cola, según Eurostat. ¿Cómo generar continuidad demográfica cuando los individuos se sienten tan vulnerables que no pueden construir un proyecto de vida? El descenso de la fecundidad tiene mucho que ver con el retraso progresivo del nacimiento del primer hijo. A partir de los 35 años se reducen un 2% cada mes las posibilidades de conseguir una fecundación, según datos de la Sociedad Española de Fertilidad.

López Trujillo nombra las razones por las que su generación se siente incapaz de hacer planes a largo plazo: miedo al fracaso, poca costumbre de mostrar vulnerabilidad en una cultura cada vez más competitiva, pánico a dejar un trabajo que a uno no le gusta en un momento en que debe estar agradecido por tener un empleo, y un largo etcétera. “30 años y me sigo sintiendo una niña”, comenta la escritora María Sánchez en redes sociales. Para ella la treintena es una edad aplazada. “Cuidarnos es la nueva revolución, pero esos cuidados cada vez se parecen más a los cuidados paliativos”, sentencia la filósofa Marina Garcés en Nueva ilustración radical (Anagrama, 2017). La precariedad obliga a un pensamiento cortoplacista y produce mucha frustración a quienes desean formar una familia pero no ven el momento.

«Tengo que reconocer que también tengo prioridades que no son la familia»

¿Están acaso esperando unas condiciones materiales mejores que las que tuvieron sus abuelos para traer niños al mundo? “Si soy sincera en tanto que persona de mi generación, no puedo pensar que no puedo tener hijos y que la culpa es, enteramente, del modelo económico en el que vivo, aunque ciertamente sea una jodienda y me haya hecho tener muy pocas certezas: tengo que reconocer que también tengo prioridades que no son la familia, y que he construido y proyectado mi vida dejándola en segundo o tercer plano”, se sinceraba en esta entrevista Ana Iris Simón, autora de Feria (Círculo de Tiza, 2020), uno de los libros revelación de este año.

Lo cierto es que, cuando algunas mujeres se deciden, no pueden. Algunos gobiernos, como el nipón, se han comprometido a sufragar los tratamientos de fertilidad en 2022.

¿Quién pagará impuestos en las sociedades envejecidas? ¿Quién cuidará de los mayores? ¿Podremos permitirnos la jubilación? ¿Cómo impactará este cambio demográfico en los sistemas de salud? ¿Podrán los jóvenes que lo deseen vencer el miedo a tener hijos y el miedo a no tenerlos nunca?


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