
La geografía nos guía
La geografía es mucho más que una sucesión aleatoria de montañas, ríos y planicies, de junglas y desiertos. La geografía ha configurado durante siglos las relaciones sociales, culturales y militares, y pese a la globalización lo sigue haciendo. Distintos expertos, desde antropólogos a asesores de seguridad, sostienen que el ascenso y la caída de muchas civilizaciones, o el poder que hoy amasan ciertas naciones, tiene un fuerte componente geográfico. Nos dicen que si les prestamos atención, los mapas nos brindan un manual de instrucciones sobre guerras, conflictos y tratados comerciales.
En la década de los 90, tras la caída de la URSS y el final de la guerra fría, muchos analistas pronosticaron el fin de la geopolítica, es decir, del impacto de la geografía sobre la política, el comercio y la diplomacia. Se habían esfumado los grandes conflictos mundiales, y además la expansión de los mercados y la irrupción de las nuevas tecnologías prometían dejar obsoleta la geografía. No tenía sentido pelear por un pedazo más de tierra cuando las telecomunicaciones recorren el mundo en un suspiro. Lo sentenció en un ensayo célebre en 2005 el periodista Thomas Friedman: “la Tierra es plana”, dijo. Y con esto vino a firmar la defunción de la geografía como elemento modelador de relaciones entre países y culturas. Una actualización al famoso “fin de la historia” que proclamó el politólogo Francis Fukuyama en 1992.
Sin embargo, el mundo hoy parece menos plano que nunca. “La geopolítica ha vuelto, y ha vuelto con fuerza, después de estas vacaciones de la historia que nos tomamos en la llamada posguerra fría», advirtió en 2017 el exconsejero de seguridad nacional de Estados Unidos H.R. McMaster. No hay más que ver el ascenso de los nacionalismos, la ‘reterritorialización’ de la política mundial. El terruño propio como seña única de identidad, igual que hace 200 años.
Un puñado de ensayos notorios han puesto en valor la geografía en los últimos años. En Orígenes (Debate, 2019), el biólogo Lewis Dartnell acude a las raíces de las grandes civilizaciones que han alumbrado a la humanidad. Afirma que “si se observa un mapa de los límites de las placas tectónicas que chocan entre sí, y se superponen las ubicaciones de las principales civilizaciones antiguas del mundo, se revela una relación asombrosamente estrecha”. Es decir, las colisiones de placas crean cadenas montañosas y grandes ríos que transportan sus sedimentos a las tierras bajas, enriqueciendo el suelo. La antigua Grecia, Egipto, Persia, Asiria, el valle del Indo, Mesoamérica y Roma se encontraban cerca de los bordes de las placas. También el llamado creciente fértil, entre Egipto y el actual Irak, donde surgió la escritura y la agricultura.
El periodista Tim Marshall es uno de los gurús actuales de la geografía aplicada a los acontecimientos mundiales. “Necesitamos saber de montañas, ríos, mares y hormigón para comprender las realidades geopolíticas. El punto de partida de la historia de cualquier país es su situación en relación con los vecinos, las rutas marítimas y los recursos naturales. A partir de ahí, podemos añadir la historia y la actualidad para obtener una imagen completa”, cuenta en Prisioneros de la geografía (2021), donde toma diez mapas regionales para tratar de explicar las claves de la política internacional.
Recientemente, Marshall ha dado un salto mortal para vaticinar el futuro a través de otros tantos mapas en El futuro de la geografía (2023). Sobre la invasión rusa de Ucrania y la presente guerra, el analista se muestra poco sorprendido, pues la vastas llanuras de Europa del Este son una de las pocas brechas de seguridad de Rusia en términos geográficos, y ha quitado el sueño a sus gobernantes durante siglos.
La geografía no es la razón última de los giros de la evolución humana, pues el determinismo geográfico es un enfoque ampliamente superado, pero sí está en una especie de subconsciente colectivo en muchas de las acciones culturales, militares y comerciales que conforman nuestro mundo. Bélgica, por ejemplo, no habría sido el campo de batalla de Europa Occidental si no fuera tan convenientemente llana, ni la cultura de Bután se habría desarrollado de forma tan singular si no estuviera aislada por montañas. En su último ensayo, Marshall se refiere a España para subrayar su cercanía geográfica con África y avisar de que “si se agrava el caos en el Sahel, España sufrirá las consecuencias”. Es una evidencia, pero no resta crédito al impacto que nuestra ubicación geográfica generará en nuestra política nacional, en la cohesión social o en el rol de España dentro de la Unión Europea en las próximas décadas.
La geografía también puede ser puesta del revés por la acción humana. El cambio climático está remodelando agresivamente el planeta, borrando la huella inmutable de la geografía. El aumento del nivel del mar ya está poniendo en cuestión nuestro mundo tal y como lo conocemos. y el cambio radical en el patrón de lluvias y de temperaturas convierte lugares prósperos en inhabitables y genera grandes migraciones humanas.
El geógrafo británico Alastair Bonnett define el presente como la «era de las islas», en la que el aumento del nivel del mar está remodelando las costas y amenazando con la extinción a naciones soberanas. No se trata sólo de que el significado del paisaje esté cambiando, sino de que el propio paisaje no puede darse por sentado por primera vez en la historia. La geografía ha pasado de ser un ente inmutable a un activo volátil, advierten expertos como el historiador Daniel Immerwahr, y esto hace de nuestro planeta un lugar mucho más azaroso en el futuro de lo ya azaroso que ha sido históricamente.
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