Más que de generaciones diferentes, jóvenes y mayores a veces parecen especies distintas, decía el columnista británico John Harris. Se criaron en ambientes totalmente dispares, con distintos estímulos y opciones. Sin embargo, la pandemia ha mostrado una característica común: su fragilidad. Estas Navidades en las que muchos no podrán juntarse reflexionamos sobre sus problemas y reinvindicamos el conocimiento entre generaciones para que la sociedad no acabe pareciendo una familia disfuncional.
Termina un año devastador, pero nos ha aportado una lucidez sin precedentes. Dos sectores de la población sufren cada vez más. Por un lado, los más jóvenes, sin empleo, híper conectados, pero sin perspectivas de futuro. Abocados a vivir peor que sus padres y con la sensación de que el ascensor social está averiado. Por otro, los mayores, que no han podido hacer valer sus derechos en las residencias, a los que se trata con condescendencia, o se les relega a un papel pasivo a pesar de lo que pueden aportar. Algunos con pensiones que no cubren sus necesidades básicas.
¿Qué está fallando para que dos generaciones clave se sientan sacrificadas?
Los más jóvenes no habían organizado sus vidas tras la crisis de 2008. Doce años más tarde, los países han encajado un nuevo golpe que ha dejado a los que tenían que comerse el mundo sin recursos ni ilusión. Quienes no han cumplido los 30 son los más penalizados por la precariedad del empleo y por un culto al éxito que los abofetea desde las redes sociales. No pueden independizarse, no cotizan, no ven el día de formar una familia. Soportan una tasa de temporalidad mucho mayor que ninguna otra franja de edad.
Este no es un fenómeno exclusivo de España: en Francia se habla del “sacrificio de una generación” que va desde los 18 a los 24 años. Según una encuesta del Círculo de Economistas, el 74% de los jóvenes cree que desde marzo se ha hecho más profunda la brecha social entre generaciones. Sin embargo, en nuestro país solemos tener el triste récord del desempleo juvenil. “Hay toda una generación que entró en el mercado laboral en la crisis anterior y se va a quedar bastante descolgada”, explica el economista José Moisés Martín Carretero.
Cada generación tiene sus propias brechas internas de desigualdad. Gracias a que las pensiones se han ido actualizando, los mayores de 65 ingresan un 28% más que quienes no han cumplido los 30, según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE de julio. Un 90% tiene vivienda en propiedad, frente al 25% de jóvenes. Pero hay dos temas importantes: el primero es la sostenibilidad de esas pensiones, ya que en el Pacto de Toledo no están las generaciones del futuro, como apunta en esta entrevista José Ignacio Conde-Ruiz, doctor en Economía y subdirector de Fedea. El segundo es que ya hoy al 45% de los pensionistas le cuesta llegar a fin de mes. “Las pensiones están funcionando como garantía de rentas, pero el tramo más bajo es absolutamente insuficiente para tener una vida digna”, señala Martín Carretero. Al haber cumplido los 65, no pueden percibir el Ingreso Mínimo Vital.
Desconocidos entre sí
Jóvenes y mayores tienen poco en común desde el punto de vista de la formación, la experiencia laboral y las perspectivas de futuro. Y cada vez se relacionan menos entre sí, lo que da lugar a prejuicios y desconocimiento. En España, donde más de dos millones de personas mayores viven solas, existen iniciativas de las administraciones, universidades, asociaciones y programas como Adopta un abuelo, con los que nos hemos comprometido en Foro de Foros.
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