Bueno, bonito, barato… e inmediato

Los consumidores se han acostumbrado a entregas exprés y a menudo gratuitas. ¿Con qué consecuencias?

      Nunca comprar fue tan cómodo gracias a la Red. Más de la mitad de las ventas anuales en Occidente son online y se cierran entre noviembre y enero. Es la llamada Holiday Season, un invento de marketing que Estados Unidos ha exportado al resto del mundo en forma de Black Friday, Cyber Monday y la campaña de Navidad.

      Poco a poco, los consumidores se han acostumbrado a entregas casi inmediatas y a menudo gratuitas. El 72% por ciento de los participantes en una encuesta de Deloitte de 2017 contaban que habían programado sus compras en función de que no les cobrasen por el envío.

      Esta carrera por la eficiencia se traduce en que las empresas están invirtiendo más en tecnología (robots en las cadenas de ensamblaje, por ejemplo, o drones para el reparto). Pero mientras se completa la transición y el grueso del trabajo siga siendo humano, se necesita preparar y entregar más paquetes en menos tiempo, y no necesariamente se hace aumentando la plantilla.

      El pasado noviembre empleados de Amazon salieron a protestar en España, Alemania, Reino Unido e Italia. Reclamaban mejoras salariales, y un trato correcto. Según el secretario general del sindicato GMB, Tim Roache, las condiciones actuales en Reino Unido son “francamente inhumanas”. Roache asegura que en los últimos tres años han acudido 600 ambulancias a atender a trabajadores con fracturas y mareos por la sobrecarga de trabajo. “Ya basta. Esta gente está haciéndole ganar dinero a Amazon. Son gente con hijos, hogares, facturas que pagar, no son robots”, reclama el sindicato en un comunicado.

      ¿Por qué esta huelga precisamente cuando Amazon acaba de subir el salario mínimo de sus empleados en EEUU a 15 dólares por hora? Es casi el doble del sueldo mínimo por hora a nivel federal. Ese incremente se recibió como una medida positiva, coherente en un sector que crece, que además no tiene por qué comprometer la productividad. Pero para los sindicatos se trata de una estrategia trampa, ya que la empresa habría eliminado otros beneficios para compensar el incremento de costes laborales.

      Más poder, mayor escrutinio

      Amazon es la mayor empresa del mundo en Bolsa, con una capitalización de un billón (1 trillion americano) de dólares. Ha pasado a medirse con tiendas de tecnología, grandes almacenes, tiendas de lujo, restauradores, droguerías, supermercados frescos y mensajerías… Han crecido exponencialmente en tiempo récord: hoy emplean a casi 570.000 personas en todo el mundo (gran parte del incremento de personal viene de haber comprado otras compañías como el gigante de supermercados Whole Foods).

      Dada su presencia transversal en gran parte del mundo, parece inevitable un mayor escrutinio sobre sus prácticas y las subcontratas que emplea. El sindicato Retail, Wholesale and Department Store Union (RWDSU), en Nueva York, que sostiene que nueve personas han fallecido desde 2013 en almacenes de Amazon, acaba de hacer público un informe detallando malas prácticas de la compañía. Esta ha respondido a través de un comunicado: “Este supuesto informe es una repetición de noticias inexactas y exageradas que abarcan varios años e ignoran los hechos. Amazon realiza contribuciones sustanciales positivas a la economía, a las comunidades en las que operamos y a las vidas y carreras de nuestros empleados”.

      Lo que está ocurriendo con las condiciones laborales del sector logístico no es en absoluto exclusivo de Amazon. Hace ocho años Apple tuvo que lidiar con una oleada de suicidios en su subcontrata para el iPhone en China. Foxconn, que empleaba a casi un millón y medio de personas, fue objeto de los primeros debates sobre las condiciones de las líneas de montaje. Casi una década después, leemos problemas similares al otro lado del mundo. Una investigación reciente del New York Times narraba las condiciones penosas en las que trabajan miles de mujeres en los almacenes de Verizon Estados Unidos. Embarazadas que no pueden descansar, a pesar de tener por escrito una recomendación médica de bajar el ritmo y no coger peso; mozos de almacén a los que sus supervisores no les concede un momento para ir al aseo…

      La presión por atender una mayor demanda en plazos cada vez más cortos está definiendo las reglas del juego para los comerciantes. Hay que invertir, recortar, pulir procesos para adaptarse a un entorno que cambia. En el otro extremo de la cadena, unos clientes que para estar satisfechos cada día piden más. Y que quizás no se plantean que tanta velocidad ya está pasando factura a la reputación de unos y la salud de otros.

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