Los troles son, según la jerga de Internet desde los años 90, quienes desbaratan los debates, generan bulos, minan la confianza de la sociedad en instituciones o personajes públicos en la web. Hoy por hoy, coordinados, también son capaces de aguar el arranque de la campaña electoral más potente del mundo.
El sábado pasado, Donald Trump llegó a su primer mítin en Tulsa, Oklahoma, convencido de que le esperaba un estadio enfervorecido. “Una concentración de gente que nadie ha visto antes”, decía unos días antes. Su asistente de campaña había proclamado en redes sociales que les habían pedido más de un millón de entradas y habían instalado un escenario fuera por si el aforo de 19.000 personas se quedaba corto. Sin embargo, solo asistieron 6.200. El miedo al coronavirus tuvo algo que ver, pero el factor definitivo fue el troleo: centenares de usuarios de la red social TikTok, popular sobre todo entre adolescentes, y fans del pop coreano K-Pop, se organizaron para solicitar entradas de forma masiva, no asistir y dejar en evidencia al presidente. “Estoy tan emocionada por haberme suscrito para ir al evento y no ir”, decía una usuaria poco antes de insultar al presidente estadounidense. Se da la circunstancia, además, de que TikTok es de titularidad china.
Este hecho va más allá de lo anecdótico. Es un efecto bumerán. Donald Trump lleva años comportándose como un trol en las redes. “El campeón mundial del troleo”, le han descrito algunos analistas. Inflama las redes y hace explotar de ira al centro izquierda estadounidense, favoreciendo su reacción y, con ella, la viralidad del contenido (controlada por un algoritmo que aumenta exponencialmente la difusión en función de cuánta gente parezca estar interesada, para bien o para mal). Trump usa las redes digitales para agitar y tensar la opinión pública más que para difundir propuestas. Tiene, solo en Twitter, 80 millones de seguidores.
La cuestión es qué réditos va a dejar la refriega digital en los cinco meses que quedan para las elecciones presidenciales de noviembre. ¿Movilizará al electorado más joven, escorado estadísticamente hacia el partido demócrata? ¿Se habrá perdido el efecto impronta que hizo a Trump subir como la espuma en el pasado ciclo electoral, aun teniendo en contra a los grandes grupos mediáticos y el endorsement de prácticamente ninguno de ellos?
Ahora, Trump es el presidente. Es el establishment, aunque lo personifique un presidente que tuitea fotos de su cara sobre el cuerpo de Rocky Balboa. La pompa y el boato de la presidencia del país más poderoso del mundo no encaja bien con el perfil de un trol, y hay un cierto cansancio argumental en lo que a sus disrupciones respecta.
Además, el país se enfrenta a problemas muy serios. Tanto, que no se pueden dispersar por el fog of war (niebla de guerra) generada por un exabrupto aquí y otro allá. Unas revueltas antirracistas como no se habían visto en décadas, una pandemia descontrolada que ha segado la vida de cerca de más de 120.000 estadounidenses (el doble de las bajas de la guerra de Vietnam) y una situación económica y de desempleo aterradora y difícil de remontar en tan poco tiempo.
Para los medios, el troleo es devastador porque no se debaten ideas, solo hay emociones y reacciones. Muchos editores estadounidenses consideran que Trump lleva años troleando a la prensa, y empiezan a reaccionar: prestan menos atención a sus llamadas de atención, corren menos ríos de tinta con cada desvarío en las redes sociales.
En este ciclo electoral hay otra diferencia esencial con respecto al que llevó a Trump a la Casa Blanca. Twitter y Facebook han empezado a etiquetar algunas de las entradas que consideran falaces.
La empresa del pajarito, por ejemplo, ha etiquetado como “manipulado” un vídeo compartido por Trump, una versión manipulada de un viral en 2019 en el que dos niños, uno blanco y otro negro, se abrazaban en la calle. En la versión del presidente, se leía un rótulo que decía “bebé aterrorizado huye de bebé racista. El bebé racista es probablemente un votante de Trump”, mientras se ve al niño blanco persiguiendo al negro. Luego se muestra el vídeo completo, sin el logo de la CNN, que muestra la realidad: ambos niños jugaban juntos. La conclusión, según el meme: La CNN distorsiona los hechos. En realidad, era el vídeo compartido por Trump el que lo hacía, y así lo notificó la red social.
Es la tercera vez que Twitter etiqueta como falaces tuits de Donald Trump. La primera fue cuando el presidente aseguró que el voto por correo (que favorece la movilización demócrata) es propenso al tongo. La segunda, un mensaje que se acabó ocultando por glorificar la violencia. En él el presidente decía que “cuando empiezan los saqueos, empiezan los tiroteos”, en medio de las protestas antirracistas.
De cara a las elecciones de noviembre, por tanto, hay tres hechos sustanciales que han cambiado y pueden afectar la estrategia de Donald Trump para conseguir su reelección: hay problemas muy reales y muy tangibles que mantienen la atención de la prensa alejada de los cebos digitales de Trump, tan eficaces en 2012; las redes sociales atacan parte de los mensajes del presidente en las redes; y se le está empezando a “trolear de vuelta” (trolling back).
¿Veremos el efecto de este cambio en noviembre?
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