Nueve segundos

Según Google, nueve segundos es el tiempo que tarda el cerebro de alguien nacido entre 1980 y 2000 en desconectar de un estímulo frente a la pantalla. Este dato fue el que llevó a Bruno Patino, director editorial de la cadena Arte, a encerrarse y escribir La civilisation du poisson rouge (Grasset, 2019), un ensayo sobre cómo las redes sociales están aniquilando la quietud, el reposo mental y la reflexión de los ciudadanos entre 20 y 40 años.

Patino, de 54 años, es un periodista estrella en Francia y ha desarrollado buena parte de su carrera en lo que llama “el mundo analógico”. Cuando llegó Internet, le pareció una gran oportunidad para compartir e intercambiar contenidos. Veinte años más tarde, se lamenta de que la economía de la atención esté destruyendo poco a poco nuestros referentes y reconfigurando la relación del ciudadano con el espacio público, el conocimiento, la verdad, la información…

Algo similar ha constatado Gloria Mark, profesora de Informática en la Universidad de California. Empezó a medir la atención de los trabajadores en distintos entornos profesionales y constató que cada 40 segundos, como mucho, la concentración se ve interrumpida. Lo que descubrió, además, es que tras esa estadística se esconde una crisis de salud pública. “Una pandemia de estrés”, como describen desde el Center for Humane Technology.

La economía de la atención se basa en que el recurso más escaso de las personas no es su dinero, sino su tiempo. Por él compiten Google, Twitter, Facebook, Instagram y miles de aplicaciones cada minuto. Las empresas no valoran ya que los usuarios entren en sus páginas, sino el tiempo que les dedican. Las aplicaciones se diseñan pensando en cómo retenernos el mayor tiempo posible. 

Y la prueba de que funcionan es que los datos muestran cada vez mayor compulsividad: de media consultamos el teléfono unas 150 veces diarias. Según Apple, sus usuarios desbloquean el móvil unas 80 veces al día, mientras que los de Android lo hacen más de 100.

Gloria Mark habla de la “ciencia de la interrupción” y de cómo caemos presos de las alarmas y las notificaciones. En el momento en que nos desconectamos y volvemos a intentar centrarnos en lo que estábamos haciendo, necesitamos un esfuerzo cognitivo suplementario. “Tendemos a pensar que nos interrumpen fuentes externas como correos electrónicos o alertas de redes sociales, pero aproximadamente la mitad las provocamos nosotros”, explicaba la científica en este podcast titulado Your undivided attention. En esa charla, el periodista Tristan Harris se preguntaba: “Si somos tan sofisticados y tan buenos en construir tecnología de primera, ¿por qué demonios estamos tan sobrecargados? Apenas podemos pensar. La calidad de nuestro discurso público está cayendo”.

 

Resistencia consciente

La filósofa francesa Simone Weil decía que la atención, llevada a su máximo exponente, era algo muy parecido a la oración. Prestar atención significaba para ella el acto más puro de generosidad. Jamás se imaginó que, medio siglo después de su muerte, algo llamado Internet convertiría la atención en la mercancía más preciada.

¿Cómo resistir? La artista Jenny Odell propone una tercera vía: “participar, pero no como nos mandan”. Hace unos meses escribió How to Do Nothing, un tratado sobre el no hacer nada. Directamente, una oda a la inactividad y al permanecer activos pero descansados, sin entrar en el bucle de la alerta y el requerimiento constante. Ella misma reconoce que algunas de las páginas del libro pueden ser más monótonas porque se resistía a “que cada línea fuera productiva”.


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