No leemos noticias

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El consumo de noticias está cayendo en picado en todo el mundo. Millones de personas las evitan sistemáticamente porque las consideran irrelevantes para sus vidas diarias o porque las intuyen sesgadas y parciales. No obstante, muchos de estos negacionistas de la información convencional sí se sirven de pseudo-noticias que encuentran en redes sociales, ofrecidas por activistas o influencers y, por lo general, mucho más sesgadas y falseadas que las noticias que evitan consumir. El resultado es doblemente negativo: los medios de comunicación caen en una espiral de pérdidas económicas y pérdida de potencial informativo, y la sociedad cae en las garras de la desinformación y la desidia hacia los asuntos de interés público. Ambas dinámicas combinadas contribuyen a degradar las democracias y las libertades.

Un ensayo reciente analiza este fenómeno y toma como casos de estudio Estados Unidos, Reino Unido y España. Se titula Avoiding the news (Evitando las noticias, en inglés) y lo edita la Universidad de Columbia. Los autores identifican varias claves que explican por qué no leemos noticias, y urgen a los medios y a los periodistas a tomar medidas. Empezando, cómo no, por el contenido. Los encuestados en el ensayo que evitan las noticias reconocen que las encuentran “deprimentes, irrelevantes, ininteligibles y que, de todos modos, no hay nada que puedan hacer ante los problemas que ven”. Ese es el germen del descrédito: información pensada para las élites sociales y desapegada de los intereses y los problemas cotidianos de los estratos socioeconómicos medios e inferiores.

El periodismo político es el ejemplo perfecto de esta ruptura de confianza entre los medios y la sociedad. La política monopoliza buena parte del contenido periodístico, llena horas y horas de tertulias en televisión y radio. Es cierto que un periódico, o un programa matinal radiofónico, o un noticiero de televisión, ofrecen mucho más que política, pero la política siempre es el centro del debate, lo que consume más páginas y más minutos de antena. El menú suele completarse con catástrofes y desgracias o con asuntos que suelen interesar solamente a las élites, como guías de estilo de vida, recomendaciones de inversión o contenido culturalmente sofisticado. Eso no significa que toda esta información no deba ofrecerse. El problema es que solamente se ofrece esto a una audiencia por la que se espera, no hay que olvidarlo, que pague un dinero ya sea en el kiosco (una práctica casi extinguida) o bien en suscripciones digitales.

“Los esfuerzos para abordar la constante evasión de las noticias deben comenzar por examinar si los medios de comunicación sirven realmente a los grupos más propensos a evitar las noticias”, afirman los autores. Los medios llevan una década tratando de retener a sus audiencias, pero siempre con una mirada algo estrecha. El ensayo de Columbia apunta a tres grandes grupos sociales históricamente olvidados: los más jóvenes, las mujeres y los sectores menos privilegiados. Son precisamente los que más al margen viven de las noticias.

“El sentido de comunidad contribuye a aumentar el valor de casi cualquier práctica mediática. Ese sentido ayuda a la gente a mantener un hábito de consumo de noticias”, subrayan los autores. Así, los periodistas deben trabajar para hacer del consumo de noticias “una experiencia más sociable en el presente. Hasta ahora, el periodismo, con algunas excepciones, no se ha comprometido con esta idea de crear comunidad en torno al consumo de noticias”. Es cierto que la industria ha segmentado parte de la información por grupos de interés (gastronomía, información legal, inmobiliaria, estilos de vida, etcétera), pero siempre con un mismo perfil de audiencia objetivo: la población con formación universitaria y las élites económicas.

Junto al desapego del contenido, la otra razón de la decadencia de la información es la presunta falta de tiempo para consumirla. En un mundo que gira tan rápido, sentarse en un sillón a leer un periódico parece una extravagancia del pasado. Los encuestados en el ensayo, muchos de ellos españoles, afirman que las noticias les llevan demasiado tiempo, que no encajan en sus rutinas diarias y que son incompatibles con sus responsabilidades domésticas. Sin embargo, sí tenemos cada vez más tiempo para consumir series y películas en plataformas, o de scrollear sin parar en redes sociales. Por eso, el simple hecho de presentar la información existente de forma diferente para distintos públicos podría ayudar a fomentar el interés social. Un ejemplo son los resúmenes sencillos que acompañan a los artículos en profundidad, que nos permiten estar informados brevemente por fuentes periodísticas legítimas.

A nivel doméstico, el declive de la información se engloba en el contexto de la pereza lectora de los españoles. Según el último Barómetro de Hábitos de la Lectura y Compra de Libros en España, el porcentaje de quienes no leen nunca o casi nunca ha crecido del 35,2% al 35,9%. Quienes no leen nunca esgrimen justamente la falta de tiempo (40%), ya sea por trabajo, estudios o por tareas domésticas. Otros directamente dicen que prefieren dedicar el tiempo a “otros entretenimientos”. Estos han pasado del 21% al 31%. Es decir, la lectura está perdiendo poder de seducción en favor del consumo de vídeos en pantallas y de las redes sociales.

La lectura, pues, es otra cara de las tendencias en el consumo de noticias. De hecho, una es la raíz de la otra. El barómetro indica que el 86,1% de los universitarios lee en su tiempo libre, mientras que en el grupo con estudios primarios el porcentaje se sitúa en el 38,1%. Es el mismo diagnóstico que con la información: los estratos más humildes sienten desinterés o desapego. Los medios tienen una ardua labor por delante. En juego está nada menos que poner coto a los populismos, la desinformación y la ignorancia ciudadana con el fin de preservar la buena salud de nuestra democracia.

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