«Multilateralismo contra el «Trump-lateralismo»
Hace dos años, cuando Donald Trump decidió retirarse del acuerdo nuclear con Irán, The Economist recordaba un momento estelar de la película Love Actually: Hugh Grant, en el papel de primer ministro británico, le planta cara a un presidente estadounidense arrogante, declarando en medio de una rueda de prensa conjunta que no pensaba dejarse avasallar. Aquella escena, relataba el semanario británico, sirvió en 2003 para deleite de los británicos contrarios a la guerra de Irak. Y serviría hoy de inspiración rebelde a Bruselas cada vez que Washington rompe un consenso.
El multilateralismo instaurado tras la Segunda Guerra Mundial se basaba en la cooperación global voluntaria para definir e implementar objetivos acordados en función de principios y reglas comunes. Trump reniega de ese sistema desmarcándose del acuerdo de París sobre cambio climático, diluyendo el poder de la OMC o trasladando la embajada de EEUU a Jerusalén. Parece que estas decisiones no le pasarán factura electoral; por el contrario, el ‘Trump-lateralismo’ le permite reforzar su base en estas elecciones. Lo único que queda arrasado o diluido es su alrededor.
“La diplomacia del win-win está perdiendo apoyos. Va ganando la idea de la suma cero, de que alguien tiene que perder para que otros actores puedan mostrar que han salido ganando. Parece que lo importante no es resolver un problema, sino enseñar músculo”, se lamentaba esta semana la ex alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, de visita en Madrid. “Parece que hoy quien busca espacio de diálogo es débil, y sin embargo la alternativa a no cooperar es no resolver los problemas. Pero para muchos líderes lo importante ya no parece ser eso, sino mostrar que han obtenido algo, que son fuertes”.
Creérselo
A pocos días de que se haga efectivo el Brexit, otro disparo en la línea de flotación del multilateralismo, la Unión Europea tiene un papel cada vez más relevante, aunque también más complicado. Por ejemplo, en el tratamiento de los datos o en el desarrollo del 5G. “Ahora la UE debe creérselo”, subrayaba Mogherini: “¿Estamos listos para asumir esa responsabilidad o vamos a esperar a que alguien lo haga y limitarnos a apoyarle?”
El mito de una Europa espectadora, atrapada entre las dos verdaderas potencias mundiales –Estados Unidos y China-, persigue a los líderes comunitarios, que insisten en trabajar en el poder blando y en centrarse en las áreas en las que sobresale: comercio, política de competencia o leyes que ordenen el entorno digital.
Algunas voces auguran que existe una etapa tras el multilateralismo en la que, más allá de gobiernos que cooperan, el poder se repartirá entre actores estatales y no estatales. El profesor de Princeton y antiguo banquero de inversión Michael O’Sullivan plantea en su libro ‘The Levelling: What’s Next After Globalization’ que en las próximas décadas se equiparará la responsabilidad de los líderes políticos y la de los ciudadanos. Las instituciones tradicionales como los bancos centrales, la OMC o el FMI tendrían un poder equiparable al de otras nuevas, como por ejemplo un organismo supranacional que gestionaría la crisis climática o una institución o acuerdo que velaría por la ciberseguridad.
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