Tras semanas de crisis, un Macron contra las cuerdas ha pedido un debate nacional sobre el futuro de Francia. Se le discute haber acotado los temas, haber planteado el diálogo tan tarde… pero es la ocasión de frenar a los extremismos y centrarse en las elecciones europeas.
El mismo presidente francés al que hace seis meses sus detractores, un número creciente, acusaban de elitista desconectado de la ciudadanía, ha entonado el mea culpa. En una carta a los franceses publicada por el Elíseo, Emmanuel Macron decía “compartir la impaciencia” ante las injusticias y las dificultades económicas de miles de personas. Y pedía un gran debate de alcance nacional hasta el próximo 15 de marzo.
Es la primera vez que se convoca una conversación a tantas bandas, abierta a las propuestas de ayuntamientos, asociaciones y ciudadanos particulares de la Francia continental y los territorios de ultramar. No ha sentado bien que el propio gobierno plantee los temas, a saber: fiscalidad, organización del Estado, transición medioambiental y refuerzo de la democracia. No se sabe qué frutos dará ni cómo los recogerá Macron, pero es una ocasión de oro para frenar el avance de las posiciones extremistas de Marine Le Pen, a la derecha, y Jean Luc Mélenchon, a la izquierda, en la segunda economía del euro.
La crisis de las rotondas o de los chalecos amarillos, que empezó hace dos meses por el anuncio de la subida de los carburantes, ha degenerado en una espiral destructiva, tanto metafórica como literal, erosionando notablemente el concepto de concordia y el respeto a las instituciones.
No obstante, ha obligado al Gobierno a un análisis necesario sobre la República y sus líneas rojas, su sostenibilidad moral, ecológica y fiscal. Para el filósofo Bruno Latour, detrás de la crisis de los chalecos amarillos asoma la posibilidad de una reflexión amplia sobre la reconversión del país, en la que por fin se concilien objetivos económicos y medioambientales.
La popularidad de Macron, que no ha conseguido implantar su idea de un centro renovador, es del 21% según los últimos sondeos. Ha repuntado ligeramente en las últimas semanas, coincidiendo con el hartazgo ciudadano por la parálisis del país y el miedo a una posible alianza entre Mélenchon y Le Pen. El país se divide ahora entre quienes quieren echar más leña al fuego y dejarle caer y los que van a concederle, a él y a Francia, una última oportunidad.
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