Intenciones de Año Nuevo
Los propósitos de Año Nuevo son una de las tradiciones más arraigadas en el cambio de calendario. Su primera aparición conocida es en Babilonia, centro de la civilización mesopotámica, y data sobre el año 2000 aC. Entonces las personas no se prometían a sí mismas apuntarse al gimnasio, aprender un idioma o ahorrar, sino que se marcaban metas más elevadas como dar dirección a sus vidas o alejar a los espíritus malignos que atenazaban sus existencias. Era un rito de compromiso con el gobernante de turno o con las deidades de la época, en lugar de propósitos individualistas de superación personal como en el mundo de hoy.
No sabemos si los babilonios tenían tan poca fuerza de voluntad como nosotros hacia sus propósitos de Año Nuevo. Es probable que fueran personas mucho más comprometidas por la cuenta que les traía, y no es arriesgado afirmar que sus compromisos eran más duraderos. En 2007, investigadores de la Universidad de Scranton, en Estados Unidos, siguieron a 200 personas que se habían propuesto cambiar aspectos importantes de sus vidas coincidiendo con el empuje emocional del cambio de año. El 66% de los participantes abandonaron sus intenciones ese mismo mes de enero, y solo el 19% sostuvo ese compromiso a lo largo de los dos años que duró el estudio, superando constantes recaídas.
Otro estudio de campo realizado por el psicólogo clínico Joseph J. Luciani concluyó algo parecido: aproximadamente el 80% de las personas bajo estudio que se fijaron propósitos de Año Nuevo los abandonan en la segunda semana de febrero. Solo un 8% cumplió su palabra. Dijo Luciani que las metas grandiosas y los propósitos que dependen de obtener resultados concretos son mucho más difíciles de alcanzar que los pequeños éxitos y los propósitos centrados en cambiar procesos vitales.
Al hilo de lo anterior, la empresaria y consultora Pilar Jericó escribe en El País una interesante distinción entre expectativas e intenciones. Los propósitos de Año Nuevo están trufados de expectativas, y estas casi siempre nos abocan a la frustración. Son proyecciones mentales basadas en anhelos o deseos hacia el futuro, casi siempre inconcretos y exigentes, pura aspiración sin base alguna para conseguirla. “La intención, sin embargo, es puro presente”, dice Jericó. “Se centra en los recursos de los que disponemos y pone la energía en lo que está en nuestras manos”.
“Mientras las expectativas miran hacia afuera, hacia los resultados, las intenciones se orientan hacia nosotros mismos y lo que podemos conseguir”, afirma la consultora. “Liberarnos de expectativas y centrarnos en la intención nos alivia de exigencias imposibles e innecesarias. Podemos cultivar la intención de ser amables, de aprender de cada dificultad a la que nos enfrentemos, pero no del resultado final. Cuando cambiamos el enfoque, evitamos la trampa silenciosa que nos impide disfrutar de ser quienes somos y de seguir creciendo”.
La intención como verdadero propósito es la base de una nueva tendencia que está ganando adeptos en Año Nuevo: el antipropósito. Se trata de eliminar acciones o hábitos de nuestra vida que no nos gustan, más que añadir nuevas tareas que nos añaden incertidumbre y estrés. Lo explica Enric Soler Labajos, psicólogo relacional y profesor de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). “Un antipropósito no es otra cosa que un propósito que una persona se hace a sí misma con licencia para incumplirlo. Se podría considerar el antipropósito como el propósito de dejar de hacer algo que venimos haciendo toda la vida, sin saber ni por qué ni para qué, pero que no nos resulta gratificante».
Según los expertos, suele resultar más fácil eliminar rutinas ya conocidas que adquirir otras nuevas. Un nuevo reto puede entrañar esfuerzos inesperados que no estamos dispuestos a acompeter. «Y tampoco sabemos qué coste emocional nos va a acarrear si no conseguimos cumplir las expectativas», afirma Soler Labajos.
Según esta teoría, en vez de proponerte «perder peso» en genérico, que es uno de los propósito de Año Nuevo más socorridos, un antipropósito sería «dejar de tomar zumo envasado del desayuno». No tener zumo envasado en casa en lugar de seguir comprándolo y autoconvencerse de tomar poco zumo a la semana es lo que los psicólogos definen como “cambio de situación”, una estrategia con muchos más visos de éxito que su opuesto, la “modulación de la respuesta”, también conocida como aguantarse las ganas mientras se hace frente a la tentación. La vieja fuerza de voluntad.
Ya los antiguos griegos sabían que la “modulación de la respuesta” era una estrategia terrible, como demuestran sus mitos. Cuando Odiseo se acercó a las sirenas, cuyos cantos atraerían a los hombres a la muerte, taponó los oídos de su tripulación y se hizo atar al mástil de su barco. Por eso el “cambio de situación”, indican los expertos, es la mejor estrategia para ejercer el autocontrol. En lugar de exponernos a las tentaciones y esperar tener la fuerza de voluntad para resistirlas, es mejor evitar enfrentarse a ellas de inicio. Así, las personas a dieta eliminan todos los alimentos azucarados de sus cocinas, los que quieren desintoxicarse de las redes sociales borran todas las aplicaciones relacionadas y quienes se proponen leer más se bloquean una hora al día en sus agendas para ese propósito.
Ya sabemos que asentar en nuestras vidas un propósito de Año Nuevo es casi tan difícil como que nos toque la lotería de Navidad, y que muy seguramente este año nos propondremos los mismos retos que nos dijimos en 2021, 2022 y 2023 con éxito escaso. En nuestra mano está, una vez más, que los propósitos de 2024 sean ahora sí realmente provechosos.
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