Fotografiar antes que vivir

Fotografiar antes que vivir

Fotografiar antes que vivir

Acercarse al museo de Louvre de París a sacarse un selfi con La Gioconda se ha convertido en una experiencia cultural para millones de personas. Apenas importan el resto de obras, siquiera se atiende a los detalles técnicos o las emociones que produce la obra magna de Leonardo da Vinci. El objetivo es captarse a uno mismo sonriente junto a la pintura o, en su defecto, fotografiar la obra hincando el codo sobre algún apretujado visitante para obtener un buen encuadre entre una maraña de brazos y teléfonos que compiten por hacerse con la instantánea. Si hay que esperar una hora de cola, se espera. Por supuesto, aquellos incautos visitantes que acuden a contemplar la Gioconda por puro disfrute, sin el artificio de la foto de rigor, se exponen a un suplicio más que a un placer.

Sin duda, La Gioconda es un caso extremo. Pero ocurre algo parecido en los grandes eventos sociales y culturales: miles de brazos extendidos con un teléfono en la mano dedicados a grabar ese momento especial, sin atender siquiera al disfrute del propio momento. Es parte de nuestra obsesión por inmortalizar todas nuestras vivencias. Y eso, aunque creamos lo contrario, está perjudicando nuestra capacidad de recordar momentos importantes de nuestras vidas y nuestro apego emocional hacia esos momentos.

Lo estudió ya en el año 2014 Linda A. Henkel, psicóloga de la Universidad de Fairfield, en Estados Unidos. Henkel trató de entender de qué modo fotografiar objetos influye en lo que se recuerda de ellos. Los participantes en el estudio realizaron una visita guiada a un museo y se les pidió que observaran algunos objetos y fotografiaran otros. Los resultados mostraron un efecto de deterioro en la memoria al fotografiar: si los participantes fotografiaban piezas, recordaban menos piezas y menos detalles sobre cada una de ellas, así como su ubicación en el museo. Sin embargo, si solo observaban, sus recuerdos eran mucho más sólidos. Con una salvedad: si los participantes hacían zoom con sus cámaras en un detalle concreto de la pieza, el recuerdo se consolidaba mucho mejor, pues a fin de cuentas recordamos las cosas que nos llaman la atención, y hacer fotos sin mucho interés hace que la perdamos. “Cuando la gente confía en la tecnología para recordar por ellos, contando que la cámara puede grabar un evento y así no asistir plenamente al mismo, puede haber un impacto negativo en lo bien que recuerdan sus experiencias”, afirmó la psicóloga.

Italo Calvino, célebre periodista y escritor italiano, ya advirtió en los años 70 de la distorsión que genera el consumismo de la imagen, cuando en lugar de tomar fotografías cargadas de sentido nos dedicamos a sacar una batería de fotografías de poco valor emocional. “La línea entre la realidad que es fotografiada porque nos parece bella y la realidad que nos parece bella porque ha sido fotografiada es muy estrecha”, dijo Calvino en su libro de relatos Amores difíciles. “En el minuto en el que dices algo como ‘Ah, ¡qué hermoso! Debemos fotografiarlo!’ ya estás muy cerca de la visión de la persona que cree que todo lo que no es fotografiado se pierde, como si nunca existiera, y que, para realmente vivir, debes fotografiar lo más que puedas, y para fotografiar lo más que puedas, entonces, debes vivir de la forma más fotografiable posible, o de alguna forma considerar fotografiable cada momento de tu vida. Lo primero lleva a la estupidez; lo segundo lleva a la locura”. Según Calvino, este modo de fotografiar «aleja el presente» y hace que «la alegría huya en las alas del tiempo». Nos coloca en un modo de realidad conmemorativa: celebramos momentos que nunca vivimos realmente, sino que sólo fotografiamos. Su reflexión 50 años antes de la era de las redes sociales es visionaria.

En efecto, vivimos en un mundo en el que lo que no hemos fotografiado parece que nunca pasó. Nuestros momentos de ocio, nuestras vacaciones y lo más destacado de nuestras existencia debe ser sometido al taquígrafo de la fotografía, y a poder ser publicada en redes sociales. El paso del tiempo se convierte casi en un proceso probatorio, en el que debemos demostrar al mundo que hemos comido en tal restaurante o hemos visitado tal lugar, pues decirlo de palabra parece que ya no sirve. Es una dinámica bastante perversa que nos genera ansiedad y cierta adicción.

Muchos jóvenes (y no tan jóvenes) dicen tener la imperiosa necesidad de compartir sus imágenes de vacaciones en redes, aunque, paradójicamente, también afirman sentir ansiedad al ver las fotografías de los amigos a quien siguen en Instagram. Es una carrera por exhibirse ante los demás que, como decía Calvino, conduce a la locura.

En un pasado no tan lejano, antes de la fiebre digital, teníamos muchas menos fotografías, pero las visitábamos con más frecuencia, quizá porque en lugar de almacenarlas como ahora en la memoria del teléfono (o ahora en la nube) lo hacíamos en un álbum de fotos al que podíamos volver siempre que quisiéramos. Esos recuerdos, al ser más escasos, se volvían más preciados y estaban cargados de un significado emocional infinitamente mayor. Hoy, por contra, incluso existe un trastorno psicológico llamado selfitis, que es el deseo compulsivo de tomar fotos de uno mismo hasta en los momentos más anodinos de nuestro día, y exhibirlos acto seguido en redes sociales. Así lo tiene tipificado la Asociación Americana de Psiquiatría, que cataloga la selfitis en tres grados: selfitis límite (sacarse fotos tres veces al día), selfitis aguda (sacarse al menos tres fotos y además publicarlas en redes sociales) y selfitis crónica (auto retratarse sin control y volcarlo todo en redes sociales).

En la sociedad actual, damos casi toda la importancia a los recuerdos y casi ninguna a las experiencias. Retener el presente grabando vídeos y haciendo fotografías altera cualquier experiencia, convertida así en la experiencia de grabar o retratar. Pero corremos el riesgo diario de perder todas las fotografías que almacenamos en nuestros teléfonos si de pronto perdemos el terminal o este se nos destruye. Quizá un día nuestras fotos en la nube desaparezcan sin preaviso. Así que más nos vale concedernos un momento para observar detenidamente y guardar las experiencias en nuestras retinas.

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