¿Es hora de actualizar los conceptos de pueblo y élite?
La pandemia ha vuelto a activar un debate que lleva tres siglos bullendo en la sociedad, pero sumándole nuevos ingredientes.
El pueblo no existe. La élite tampoco, sentencia el filósofo francés Jacques Rancière. “Nadie los ha visto en persona. Son conceptos construidos”, explicaba estos días en la emisora France Culture, en un debate sobre el legado de los chalecos amarillos. ¿Actuaban estos ciudadanos franceses en nombre del pueblo? En absoluto: “Ni que el pueblo fuera un gran cuerpo colectivo. La construcción de pueblo que hacen los chalecos amarillos puede ser totalmente la opuesta a la que definen los gobernantes”, e igualmente válida, apuntaba este profesor emérito de Paris VIII.
Otro de los grandes analistas sociales contemporáneos, el británico David Goodhart, también le da la vuelta a las etiquetas. Para él la élite deberían ser los trabajadores esenciales que llevan meses en primera línea para que el sistema, incluso en medio de una pandemia mundial, funcione: cajeras de supermercado, cuidadores de ancianos, repartidores, limpiadores… El problema, dice Goodhart, es que esa gente no cobra acorde a su importancia en la sociedad, sino a un baremo social desajustado. La sociedad del conocimiento valora los empleos de cuello blanco, los títulos, y empuja a los jóvenes a las universidades, aunque no tenga trabajo que ofrecerles cuando se licencian. No disponemos de herramientas adecuadas para medir el valor de otras competencias.
«La relación entre las élites y el pueblo siempre ha estado marcada por la desconfianza»
Goodhart fundó en 1995 la revista Prospect, un referente del pensamiento anglosajón, y se define como postliberal. Hace cuatro años acuñó una forma de describir la brecha social que no ha dejado de aumentar en Occidente desde la crisis financiera de 2008: la sociedad se divide entre los somewheres (de alguna parte), que están arraigados en un entorno y que buscan afianzar sus lazos sociales, ahondar en la seguridad, los anywheres (de cualquier parte), los cosmopolitas cultivados que buscan autonomía, facilidad de movimiento, que buscan y pueden permitirse la flexibilidad. ¿Son los anywheres la élite?
El historiador Eric Anceau, autor de Les élites françaises: Des Lumières au grand confinement (Passés Composés, 2020), relata cómo la relación entre las élites y el pueblo, desde la crisis del Antiguo Régimen a la covid-19, siempre ha estado marcada por la desconfianza. Siempre ha habido élites corruptas y ha sido crucial señalar las injusticias, pero como apunta Daniel Gascón, muchas veces, el enfrentamiento entre la élite y el pueblo es en realidad la lucha entre dos facciones de la élite. Por ejemplo, en el Brexit o en el procés.
Por último, es interesante considerar una élite que no gobierna las instituciones pero nos condiciona de facto: las tecnológicas. Hoy pueden bloquear a un usuario a su antojo, como ha ocurrido con Donald Trump en Twitter. Hasta que no se apuntalen normas internacionales que protejan a los ciudadanos al menos tanto como en el entorno no virtual seguiremos a su merced.
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