Peter Tabichi, un maestro franciscano de 36 años, recibió hace unos días el premio al mejor profesor del mundo. Ha conseguido que niños sin recursos de una aldea remota de Kenia se entusiasmen por las matemáticas y la física. Su galardón abre camino para reconocer el talento en África. Y plantea preguntas sobre la educación en el siglo XXI.
La primera vez que el hermano Tabichi cogió un avión en su vida fue hace dos semanas, cuando acudió a Dubái a la ceremonia del Global Teacher Prize. La Fundación Varkey, una ONG que se dedica a promover la importancia de la capacitación de los maestros y que avala el galardón, ha reconocido su labor entre 10.000 aspirantes de 177 países. Le ha entregado al maestro un millón de dólares para invertir en su comunidad.
Peter Tabichi aún no ha cumplido los 40 pero ya ha cambiado muchas vidas. El pueblo donde enseña matemáticas y física se llama Pwani y está en la Kenia profunda, en la gran fractura geológica que conforma el Valle del Rift. La mayoría de sus alumnos proceden de familias en la miseria, a menudo desestructuradas. Los niños y adolescentes recorren hasta seis kilómetros andando cada mañana para ir a una escuela donde no hay biblioteca ni laboratorio. Son 58 alumnos por profesor, no tienen más que un ordenador y sin embargo han ganado un concurso nacional. El equipo de matemáticas formado por Tabichi se prepara además para competir en un torneo en Arizona, Estados Unidos.
La historia de este franciscano enamorado de la enseñanza aúna el idealismo de los maestros y el de los emprendedores africanos: Tabichi dona el 80% de sus ingresos; ha conseguido fomentar la autoestima y el espíritu creativo de unos chavales en comunidades donde las drogas, la violencia y los embarazos no deseados hacen estragos. Un tercio de ellos son huérfanos o han perdido a un progenitor. Su profesor los estimula a través de un club de fomento de la ciencia, de conectarles con proyectos internacionales y de un sistema de clases de refuerzo que ha montado junto con otros cuatro maestros.
“África producirá científicos, ingenieros, emprendedores cuyos nombres serán famosos algún día en cada confín del mundo. Y las niñas serán una gran parte de esta historia”, afirmó Tabichi en la ceremonia. Insistió en que su éxito se debe a sus alumnos y en que el siglo XXI es el de África. La ciencia y la tecnología serán los grandes catalizadores del potencial del continente.
Hace unas semanas, el presidente francés Emmanuel Macron visitó Kenia y mantuvo un encuentro con universitarios en el que aseguró que en África podría estar el nuevo Einstein, y que no podía descartarse que fuera una mujer. Era la primera visita oficial de un presidente francés desde la independencia de Kenia en 1963, pero al margen de lo protocolario, Macron apuntó a un argumento sólido y realista: se necesitan reequilibrar la relación con África, aprovechar el talento del continente más joven del mundo.
La tecnología será la gran aliada de África, por lo menos en educación. Uno de los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas era que en 2015 todos los niños hubieran completado la educación primaria. Se ha cumplido con creces, a casi el 90%. Sin embargo, el nivel es ínfimo. Una investigación del Banco Mundial en siete países subsaharianos concluyó que la mitad de los estudiantes de 4º de Primaria no podían ni siquiera leer una palabra y el 12% no reconocía los números. La clave: el absentismo laboral de los maestros y su falta de formación. Muchos quieren pero no saben ayudar a los niños.
En los próximos 25 años, la mitad de la población del continente africano tendrá menos de 25 años. Puro potencial que merece oportunidades y visibilidad como la que otorgan este tipo de premios.
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