El cerebro cambia a los 40

En la quinta década de vida, nuestros cerebros inician una reconfiguración radical. Por eso nuestras habilidades y emociones mutan al superar la madurez.

La sabiduría popular dice que con la edad las personas nos volvemos más tercas e inflexibles. Que aprender habilidades nuevas se torna más fatigoso. También, por contra, dice que nos volvemos más reflexivos y resolvemos mejor las situaciones generales de nuestra vida. Es cierto que con la edad vemos el mundo a vista de pájaro. Tenemos la foto panorámica y eso nos da ventaja, pero en consecuencia somos menos capaces de acercar la lupa a los detalles para resolver problemas concretos.

 

La neurociencia está dando la razón a esa sabiduría popular. No es una simple sensación que con la edad nos cuesta más aprender idiomas o ejecutar tareas que requieren mayor atención y precisión. Es pura biología. Una fatalidad. Según un estudio llevado a cabo en la Universidad de Monash (Australia), en la quinta década de vida, es decir a partir de los 40 años, nuestros cerebros inician una reconfiguración radical. Los sistemas compartimentados que conforman nuestro cerebro pierden conexiones internas, pero se conectan con más fuerza entre ellos, en un proceso de integración que avanza hasta nuestra muerte. 

 

Eso, por fuerza, tiene consecuencias sobre nuestra capacidad cognitiva. Perdemos la capacidad de especialización porque las regiones y subregiones de nuestros cerebros se debilitan internamente, pero reforzamos nuestro conocimiento general porque el cerebro, en un mecanismo biológico de supervivencia, se reestructura para funcionar más como un único conjunto y seguir siendo eficiente pese a la pérdida de potencial.

 

“Los adultos mayores tienden a mostrar un pensamiento menos flexible, como por ejemplo asimilar nuevos conceptos y ejercer el pensamiento abstracto; hay menos inhibición de las respuestas [tenemos peor genio], así como menor razonamiento verbal y numérico”, concluye el estudio de la Universidad de Monash, que ha ‘mapeado’ miles de cerebros en base a resonancias magnéticas. “Esos cambios pueden ser vistos en adultos en su quinta década de vida. El cambio en la red de conectividad funcional alcanza el punto de inflexión entre la cuarta y la quinta década”, subraya el estudio. No obstante, en la madurez e incluso la senectud, “los procesos automatizados o muy practicados reciben menos impacto por el envejecimiento, e incluso pueden mejorar a lo largo de la vida, como por ejemplo el vocabulario”. 

 

Por una vez, los tópicos se vuelven realidad. En la infancia y la adolescencia, nuestros cerebros son ‘esponjas’ que absorben a una velocidad fascinante habilidades nuevas, pues cada región y subregión está fuertemente ‘cableada’, pero sin embargo haya una escasa conexión transversal de todo el cerebro, lo que repercute en incontinencia emocional e incapacidad para comprender y desenvolverse en aspectos básicos de la vida. Lo mismo ocurre en la senectud, pero a la inversa. El cerebro es el órgano más fascinante y desconocido del cuerpo humano, con sus 86 trillones de neuronas (según los cálculos más recientes), pero es reconfortante comenzar a entender científicamente el por qué de ciertos grandes rasgos que sin duda nos marcan durante todas las etapas de la vida.

 

En el fondo, lo que hace el cerebro es aplicar un concepto de moda, la neuroplasticidad, que se refiere a la habilidad de las personas para reconfigurarse a lo largo de la vida con el fin de adaptarse a cambios en el entorno, en la manera de sentir, de pensar y de trabajar. Los cambios llegan y en la capacidad de adaptación reside buena parte de nuestro éxito laboral y nuestra felicidad personal. En esto, la plasticidad de nuestro órgano más misterioso es clave. Es el que nos va a permitir recuperarnos, por ejemplo, de un ictus, de una depresión o de una lesión corporal incapacitante. Y cuanto más sano sea nuestro cuerpo (buena dieta, hábitos saludables, actividad física), mejor responderá.

Ya en 2013, un artículo publicado en la revista Nature daba cuenta de los avances en el mapeo del cerebro y destacaba que tener bien identificada la ubicación de cada función cerebral “mejoraría de manera inconmensurable nuestra habilidad para saber cómo funciona”. En ello están multitud de equipos neurocientíficos en todo el mundo. Es una situación parecida en importancia a la secuenciación completa del genoma humano, que se ha alcanzado por fin este año gracias al consorcio internacional Telomere-2-Telomere (T2T). No obstante, los neurocientíficos advierten de que ‘secuenciar’ el cerebro es un reto que requiere una inversión de decenas de miles de millones de euros. 

Hoy suena a ciencia ficción alcanzar el día en que sepamos cuál es el mecanismo biológico que codifica los recuerdos, o saber cómo el cerebro almacena la información, o en qué lugar del cerebro se ubica la conciencia. De momento, sabemos qué sistema cerebral se activa eléctricamente cuando leemos ciertas palabras y frases gracias a científicos de la Universidad de Berkeley (Estados Unidos), lo que de por sí es un avance notable. Conclusiones como la más reciente de la Universidad de Monash nos acercan un poco más al objetivo, que nos permitirá entender mucho mejor qué es realmente lo que nos hace humanos.

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