Educar sin filosofía

La asignatura de Filosofía se degrada con cada nueva ley educativa. Ya estamos sintiendo los efectos de vivir en una sociedad que no ha recibido una sola clase en su etapa escolar, aunque esto en realidad no es algo tan nuevo

Desde el próximo curso escolar, la asignatura de Filosofía dejará de constar en los currículos de educación secundaria como materia optativa. Así lo indica la nueva ley educativa, la denominada Lomloe, que entrará en vigor a partir del próximo curso. La decisión, revestida de una cierta polémica (qué ley educativa no lo está), tiene su letra pequeña: deja en manos de las comunidades autónomas ofertar la asignatura en 4o de la ESO, tal como constaba hasta ahora. Casi todas las autonomías han confirmado que recuperarán la asignatura y la situación, pues, quedará invariable.

La Filosofía lleva pendiente de un hilo desde el año 1990 con la aprobación de la Logse, pero sí es cierto que la actual Lomloe le da una estocada más al bajar un peldaño su importancia, pues cualquier gobierno autonómico puede ahora borrarla del mapa cuando considere. Así, miles de alumnos que no cursen el Bachillerato y opten por la Formación Profesional o por salir al mercado laboral a los 16 años, jamás habrán recibido una sola clase sobre moral clásica o pensamiento crítico en sus vidas.

Lejos de echarse las manos a la cabeza, hay pensadores que comprenden la degradación de la filosofía en la educación obligatoria. El ensayista Ramón González Férriz considera que la Filosofía, igual que la alta literatura, es una materia que impartida a un joven de 14 o 15 años solo genera incomprensión y, en ocasiones, rechazo. “La filosofía es la disciplina de las humanidades más intrínsecamente adulta. A pesar de los esfuerzos de sus meritorios profesores, me temo que, en plena adolescencia, las grandes construcciones filosóficas de Aristóteles o Hegel tienen el mismo atractivo que los cuentos de Borges: el de unas fascinantes elaboraciones fantásticas con poco o ningún contacto con el mundo real”, dice Férriz en ‘El Confidencial’. Y remata: “A esa edad, quizá pueda transmitir a los jóvenes la curiosidad o las ganas de saber, y eso ya sería algo maravilloso. Pero quien no tiene plena conciencia de la muerte, quien no se ha enfrentado a importantes dilemas morales en su vida personal o profesional, quien no entiende el carácter con frecuencia trágico de la política o no ha sufrido las frustraciones del amor, el sexo y la amistad no puede ni remotamente comprender la filosofía”.

Educación para la Ciudadanía, Valores Cívicos y Éticos, Educación Ético-Cívica… desde la aprobación de la Logse hace 32 años, la filosofía ha dejado de ser un pilar de la enseñanza educativa para ser una especie de masa informe sobre la cual se imparten valores ciudadanos, nociones de ética y otros pensamientos muy politizados a izquierda y derecha. En el manoseo de los legisladores radica una de las razones de su degradación, particularmente trágica en los últimos 15 años.

En su obra ‘Transición y recepción: La Filosofía Española en el último tercio del siglo XX’, Gerardo Bolado explica esta caída en desgracia. Dice Bolado que con la desaparición de Filosofía obligatoria en secundaria desde la Logse (1990) y la reducción drástica de horas en Bachillerato, ya “no se trataba de enseñar filosofía, sino más bien de enseñar a filosofar, de desarrollar la capacidad reflexiva y crítica de los alumnos. Estos alumnos, de hecho, procedían de una Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) caracterizada no solo por la pérdida de contenidos, sino también de actitud y aptitud para el trabajo teórico”. Esto implicó ”una excesiva diversidad, dispersión, e incoherencia en los programas” de Bachillerato, donde por primera vez el alumno, ya a sus 16 años, se topa por primera vez con una asignatura de Filosofía tradicional pero muy vaciada de contenido.

“Cuanto más tiempo se le quite a la filosofía en esas etapas educativas, menos herramientas conceptuales, críticas y normativas se les proporcionarán a los alumnos para entender y mejorar la sociedad en la que viven, y eso es privarles de algo muy útil. No se necesita hoy menos, sino más filosofía”, avisan en un manifiesto Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga, y Thomas Sturm, miembro de ICREA y profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona.

No obstante, y recuperando los argumentos más escépticos hacia la importancia de la filosofía en la educación obligatoria, en la España actual hay millones de personas que jamás cursaron una sola clase de Filosofía en su etapa educativa previa a la Logse de 1990, pues no estudiaron más allá de la secundaria hasta los 14 años, o completaron solamente la educación primaria. Porque si bien Filosofía era un pilar en la secundaria y bachiller entre 1970 y 1990, no se pueden soslayar las altísimas tasas de abandono escolar de la época. Como recuerda un estudio de Florentino Felgueroso, investigador del instituto Fedea, la tasa de abandono educativo en 1977 era de un 70%.

Esto en absoluto cuestiona la necesidad de poner en valor la filosofía entre los adolescentes actuales, pero otorga perspectiva sobre el peso real que, en el último medio siglo, la enseñanza filosófica ha ejercido en el desarrollo personal y colectivo de nuestra sociedad. Cierto es que los estudiantes que ingresaban en la universidad, que en términos generales son quienes toman las grandes decisiones de país en sus ámbitos político y económico, disponían hace 40 años de una formación filosófica muchísimo más sólida que los dirigentes jóvenes actuales.

Habrá que esperar unos años para ver qué efectos tiene que todo un país apenas haya recibido unas pinceladas sobre ética, moral y pensamiento crítico en sus vidas. Aunque en realidad, parte de ese efecto nocivo podríamos ya estar sintiéndolo si atendemos a Diéguez y Sturm: “El aprendizaje de la filosofía permite entrenar dos capacidades que deberíamos fomentar con empeño, puesto que no se adquieren fácilmente y su carencia está en buena medida en la base de la polarización política que padecemos”, indican. “En primer lugar, la capacidad para atender a los argumentos sobre cualquier asunto y para cambiar las opiniones propias cuando los argumentos del otro resulten convincentes. (…) En segundo lugar, la filosofía (especialmente la ética y la filosofía política) puede mejorar la disposición natural del ser humano a tomar decisiones y juicios morales de manera sensata”.

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